Todos los días leo. Siempre estoy leyendo algo. La prensa suele ser mi primera lectura del día, aunque también echo un ojo crítico a Discover de Google para ver qué “menú” me ofrece la jornada. Y ahí reside el cambio: esto de la lectura en 2021 poco o nada tiene que ver con la de 1990. Debo confesar que mi primera experiencia tecnológica dista mucho de cualquiera que pueda tener hoy en día un adolescente e incluso un niño. El tiempo corre deprisa; la tecnología vuela. Ahora toca remontarse a hace ya algunos años para comenzar este recorrido.
Cuando estudié en la Complutense aquello de la tecnología se vislumbraba como algo muy lejano. Recuerdo, en 4º de Ciencias de la Información, una asignatura llamada Tecnología de la Información, en la que unas cuantas veces usamos el aula de informática con un ordenador por persona para aprender a utilizar el programa de edición QuarkXpress. Aquella fue mi única experiencia tecnológica en cinco años de facultad. Por aquel entonces, éramos más de tipómetro. Así que comprenderán que mi aprendizaje tecnológico se ha producido de forma autodidacta por necesidad, por supervivencia, por simple adaptación a los tiempos.
Durante casi dos décadas,
los softwares de creación, edición y diseño editorial han sido mi herramienta
diaria de trabajo. Primero, y por poco tiempo, utilicé el QuarkXpress; más tarde
el grupo Vocento incorporó el InDesing a sus redacciones y más tarde llegó Millennium
Editor. En estos años, la evolución fue espectacular porque, además de procurar
un sistema mucho más vanguardista y eficiente en todos los sentidos, nos permitía
disponer de gran autonomía en el desarrollo de nuestra tarea diaria. Eso sí, en
muchas ocasiones, en detrimento de los maquetadores e incluso diseñadores
gráficos que veían cómo los redactores les comían el terreno gracias a los
avances tecnológicos. Nuestro trabajo no consistía simplemente en escribir sino
también en crear las páginas -o secciones completas- con sus correspondientes diseños. Incluso teníamos
acceso a elegir y subir las fotografías a nuestras páginas. El único elemento
que quedó en manos de los maquetadores/diseñadores fueron las infografías. Por
supuesto, también usé diariamente el correo electrónico Outlook. Ahora soy incondicional de Gmail.
Sin embargo, al margen de
estos avances más de índole interna, el gran cambio surgió con la aparición de
las redes sociales y su uso en el terreno profesional del periodismo. Facebook y,
sobre todo, Twitter revolucionaron el concepto y el proceso informativo. Hubo
un momento en la que la disyuntiva era terrible. ¿Dónde informo? ¿En mi Twitter,
en la web del periódico o en la edición impresa que saldrá al día siguiente? Al
principio, creo que una mezcla de miedos y reparos frenó a los profesionales de
la información; pero hoy en día observamos que es habitual que los periodistas lo
cuenten todo por sus redes sociales o las de sus medios. Ser el primero también cuenta.
¡Y mucho! Así que la tecnología fue cambiando (o arruinando) la profesión, el modo de
comunicarse…; lo cambió prácticamente todo.
Al mismo tiempo, llegué a
la docencia en la universidad y ahí el uso de las herramientas tecnológicas aumentó,
también por imperativo profesional. Volví a recuperar el QuarkXpress para las
prácticas de redacción de los alumnos. Y, aunque suene a broma, para ellos
entonces fue un gran avance. Hasta aquel momento, no habían trabajado sobre
maquetas. Incorporé también a mis clases el uso habitual de PowerPoint y de las
redes sociales Twitter y YouTube, principalmente. Durante este periodo, Google Drive
se convirtió en imprescindible para el intercambio de documentos e información
con otros profesores. En mi última experiencia docente, sustituí PowerPoint por
Canva e incorporé otras plataformas más recientes para la publicación de
contenidos como Medium. A los alumnos más atrevidos y creativos, les recomendé
que indagaran en Wattapp y Fanfiction.
En otros trabajos y colaboraciones, he sumado a mi lista otras herramientas laborales: Wordpress, en la creación y administración de contenidos; Hootsuite, para gestionar las redes sociales, y Mailchimp, herramienta de marketing que he usado principalmente para el envío por correo electrónico de newsletters a clientes y suscriptores.
Casi siempre he conseguido
combinar el trabajo con la formación en idiomas o en la UNED con un curso de
Community Management, por ejemplo. Así que, en este campo, también he usado como
alumna plataformas como Edmodo, Moodle y Aules. Está última, junto al programa
Ítaca, son las que están empleando en el instituto donde realizo las prácticas de
este máster. Como cualquier mortal que quiera ser visible en el mundo
profesional, tengo un perfil en LinkedIn. Aunque, para ser sincera, lo de
publicar es una asignatura pendiente. No obstante, me permite mantener una red de contactos
y conocer qué se cuece ahí fuera.
Fantástico recorrido, partiendo de unos pasillos te(sis)rroríficos. Creo que soy afortunado de tener un grupo como vosotras en clase, voy a aprender más que a enseñar (bueno, eso me pasa en todos los cursos). Habría incluido algún hipervínculo en la entrada. Y falta la etiqueta con tu nombre. Excepcional.
ResponderEliminarCuando la asignatura de Tecnología de la Información consistía en enseñarnos a medir con una regla a la que llamaban tipómetro para hacerla más sofisticada ;)
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