Giro el pomo despacio. Después de la epidemia de La Peste no sé qué podría ir mal.
Algo se agita al fondo.
- ¿Eres un monstruo? - dice entre susurros una voz de niña risueña.
Hasta ahora estaba convencido de que nadie me veía, pero en la habitación no hay nadie más. Esa puerta de armario rosa con una flor en el centro, de la que yo he salido, ahora permanece cerrada a cal y canto. La pequeña, a la que parece que he despertado de un plácido sueño está tumbada en su cama.
- Yo sí que lo sé, eres el enviado. Mi papá no para de hablar de ello.
"Cuando se cumplen diez años desde el inicio del fin llegará alguien que apreciará lo que estamos haciendo, que volverá a reivindicar la solidaridad, el amor y la tolerancia como claves educativas".
- Ese es su discurso - me indica la pequeña. Lo recita todos los días. Es como un mantra.
- Oh - no sé qué responder.
- Mi mamá se marchó hace un año a una galaxia lejana. Es una de las estrellas que nos mira por las noches. Ella era profesora, ¿sabes? Se conocieron cuando ambos estaban estudiando y mi papi dice que siempre preparaba unas clases magníficas. Estoy segura de que el maestro Yoda también está aprendiendo cosas con ella. ¿Tú de dónde vienes?
- No sabría decirte
La pequeña continua su verborrea sin apenas escucharme
- El año en que se conocieron una serie de acontecimientos nublaron el panorama social. Además de la crisis del coronavirus, los continuos discursos de odio hacia personas de otros países hicieron que el mundo se deshumanizara un poco. Eso dice mi papi. Él trabaja muy duro y prepara unas clases muy chulas. Ahora ya no estamos divididos por años, sino por capacidades y por intereses. Él dice que es un gran logro porque se forman personas más felices, pero todavía no hemos podido recuperar la hermandad y el respeto hacia todas las personas del mundo. Mañana me acompañarás a clase y tienes que ayudarme. ¿Lo prometes? ¡Porfi, porfi... tienes que prometerlo!
No puedo decir que no, claro.
Tras esperar unas cuantas horas agazapado en un rincón de la habitación, observando el amplio abanico de juguetes interactivos que llenaban la sala ha llegado el día. Un resquicio de pared muestra que son las 07:42 del 12 de mayo de 2030.
- Tranquilo, mi padre no te podrá ver - me susurra antes de salir.
Los he seguido caminando hacia la escuela, que aparentemente no se diferencia mucho a otras que conocí diez años atrás, en otros portales del tiempo. Sin embargo, cuando accedemos al edificio puedo ver notables cambios:
Las aulas tienen amplios ventanales al exterior, a través de los cuales pueden verse huertos de cultivo. Además, en cada aula se diferencian espacios de trabajo y descanso. Me asomo al aula a la que se dirige la niña. Hay numerosas pantallas y se ven algunos hologramas del cuerpo humano al fondo. Hay gran diversidad de niños, pero observo con tristeza que sigue habiendo grupitos homogéneos. A pesar de la disparidad de edades y nacionalidades, no se aprecia una integración de grupo. A eso se refiere la niña.
Pienso en otras épocas y en lo importante que ha sido el factor humano para sobrellevar crisis. Sin duda hay que hacer algo. Tienen todas las herramientas a su alcance, pero falta la más importante: la voluntad. Están interconectados. Cada uno de los alumnos del aula es perfectamente consciente de lo que pasa en otros países a su alrededor, pero les falta vivirlo.
Creo que mi puerta, por fin, me proporcionará una satisfacción. Voy a mostrarles la realidad cara a cara.
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